Morillo: Pobreza extrema, adicciones y un sueño de esperanza

En la comunidad Wichí de La Cortada, en Coronel Juan Solá-Morillo (Salta), la infancia transcurre entre el abandono escolar, la falta de alimentos y el juego sin rumbo en un entorno de pobreza estructural. La mayoría de las 250 familias que habitan allí viven sin acceso a servicios básicos, empleo formal ni oportunidades reales. La marginalidad, el hacinamiento y la ausencia del Estado generan un contexto de extrema vulnerabilidad.
La falta de perspectivas empuja a muchos adolescentes al consumo de inhalantes (una práctica conocida en la zona como “naftear”), con consecuencias trágicas: intentos de suicidio, muertes y una creciente alarma comunitaria. En 2018, tres menores de edad de esta comunidad se prendieron fuego, un hecho que visibilizó una situación que persiste. A pesar de los reclamos para frenar la venta de alcohol y nafta a menores, no hay controles efectivos.
Ante este panorama, un grupo de referentes locales impulsa la recuperación de una antigua salita abandonada para transformarla en un centro de contención y formación para jóvenes. El edificio ya fue parcialmente reacondicionado con ayuda municipal, y se proyecta su transformación en un Centro Nanum: un espacio de acceso digital, talleres y contención comunitaria.
El desafío es enorme. No hay servicios de salud mental adecuados ni centros de asistencia a las adicciones en toda la región. La psicóloga comunitaria Jesica López advierte sobre la gravedad de los casos y la imposibilidad de dar respuesta efectiva desde el hospital local. Mientras tanto, referentes como Martín Lago y Catalino Torres siguen luchando por una oportunidad para los chicos, antes de que sea demasiado tarde.
(Resumen de un informe de diario La Nación)