Sabina Frederic, Ministra de Seguridad: «El problema es que en Orán el 80% de su gente vive de distintas formas de contrabando»
En el norte de Salta hay una localidad que se llama Aguas Blancas. Está dentro del departamento de Orán y viven aproximadamente 6.000 habitantes. Se ubica sobre el cauce del río Bermejo y con solo cruzarlo se llega a la ciudad boliviana, también llamada Bermejo, en el departamento de Tarija.
Allí se vive con un Estado paralelo, con reglas propias y particularidades que ocurren en los territorios de frontera, donde las normas las dictan los poderosos. En Aguas Blancas la regulación la escriben los contrabandistas y los narcotraficantes.
A 312 kilómetros de la ciudad de Salta se ubica uno de los lugares de más difícil abordaje que tiene la frontera norte de la Argentina. Por esa entrada informal llega gran parte de la cocaína que se consume en el país o que desde aquí se envía al exterior. Poco se conoce fuera de esos kilómetros de aquella verdadera fiesta del contrabando y la droga, de aquel triángulo de complicidades y desidia que se extiende desde Bermejo, en Bolivia, y tiene sus otros vértices en Aguas Blancas y en Orán, a 30 kilómetros del paso clandestino.
«Hay quienes dicen que el problema es la binacionalidad, pero no es así. El problema es que Orán es la segunda ciudad de Salta y el 80% de su gente vive de distintas formas de contrabando; es una zona que nos preocupa mucho. Se ha retirado el trabajo y la subsistencia es por medio del tráfico ilegal», dice la ministra de Seguridad, Sabina Frederic.
La subsistencia de la mayoría del pueblo y de los habitantes de la zona depende de una sola cosa: cruzar el río y llegar a Bermejo, una localidad boliviana que tiene 30.000 habitantes. Luego, descargar y cargar, según sea el caso, y regresar. De eso, y de planes sociales se vive en la frontera de Salta, uno de los lugares más complicados de las fronteras argentinas.
«Está totalmente desaconsejado viajar al exterior. Quienes lo hagan, al llegar, deberán aislarse y someterse a cuidados estrictos. Las fronteras continuarán cerradas», dijo el presidente Alberto Fernández en cadena nacional a mediados de marzo. Esas limitaciones de movimiento están vigentes, pero son, quizá, las palabras más desobedecidas de la pandemia. Solo es necesario pararse en la costa del río Bermejo para entender la poca autoridad del Poder Ejecutivo en aquellos territorios. Nadie respeta no solo esa limitación, sino ninguna de las migratorias y aduaneras.
Cuando el día despunta empieza el peregrinaje. A diario miles de personas cruzan el río para marchar a Bolivia. Formalmente, «las chalanas», unas lanchas con motor fuera de borda similares a las que corren por el Tigre pero mucho más pequeñas, están detenidas. Ese es el transporte legal que se interrumpió a partir de la pandemia. Solo las habilitan para el paso de alumnos que llegan a las escuelas argentinas.
Pero una cosa es detener las chalanas y otra es frenar el flujo de gente. Desde entonces, floreció la vía alternativa. Unas improvisadas balsas se convirtieron ahora en el transporte internacional. Apenas cuatro cámaras de cubierta de camión atadas entre sí, sobre las que se apoya un entramado de palos, arman la estructura. Sobre esa base, una lona azul. Decenas de esos aparatos flotantes hacen fila sobre el lado argentino y se acercan a un muelle de unas pocas maderas rectas. Los pasajeros suben de a 20 a las balsas a cambio de 200 pesos cada uno. Una vez parados y amontonados sobre ese camastrón flotante, se desacopla del muelle y empieza la navegación.
Con la ayuda de un solo remero o con el timón de una persona que se introduce en el agua para guiar el rumbo, la balsa se deja arrastrar por la corriente para llegar a lado boliviano en escasos cuatro minutos. Ningún organismo del Estado habrá registrado la salida; nadie se preocupó tampoco por saber qué lleva cada uno y menos por averiguar qué traerá.
Se completó el inicio de una maniobra que se terminará horas más tardes en una playa de Orán, en el norte de la ciudad salteña. A la vista de todos, el contrabando hormiga empezó su camino.
En marzo pasado, esos gomones fueron noticias. Uno de ellos se pinchó en medio del río con veinte personas a bordo. Cuatro murieron, entre ellas, dos bebés. Pocos días después, otra precaria embarcación también corrió la misma suerte y hubo otra muerte. Nada cambió desde entonces; el poder del contrabando y el narcotráfico impregna toda la actividad de la zona; nada lo detiene.
La mayoría de aquellos pasajeros vuelven un rato más tarde, amuchados y parados, a equilibrio puro, en aquellas balsas de cámara de camión. Todos regresan con un paquete, a cambio de unos pesos que se pagan por traer lo que les den. Los «bagayos» pequeños ingresan por cualquier lado, pero claro, si se trata de cosas de valor, como cigarrillos o droga o mercadería a escala, el camino es distinto. El contrabando y el narcotráfico están a la vista de quien quiera verlo; es imposible llegar y no darse cuenta de que el delito lubrica la gran mayoría de los movimientos.
A poco de andar, apenas se deja Aguas Blancas para tomar hacia el sur por la ruta 50, que llega a Orán, aparece, a mano izquierda, un nombre: La Carina. Hace un año, en ese lugar encontraron un hombre muerto con signos de violencia. Las muertes no sorprenden a nadie en el rincón salteño que linda con Bolivia.
A la Finca La Carina la conocen todos, aunque pocos se atreven a hablar de ella. Flota el miedo. La chacra tiene dos características: en un extremo llega al Bermejo; en el otro, a la ruta que une Aguas Blancas con Orán. Es una aduana paralela a la que no se ingresa sino mediante la complicidad.
«Propiedad privada», grita un cartel en la tranquera de entrada. En otro, sobre un árbol, en madera pintada se lee Carina. A metros, una guardia controla que nadie traspase el lugar sagrado del narcotráfico y el contrabando. A esa ribera llega gran cantidad de carga. «Esa es una zona donde se pasa cocaína. Pero, además, es el lugar donde también ingresa gran cantidad de los textiles que se venden en La Salada, en las ferias de todo el país y en gran parte de los comercios de ropa», cuenta Patricia Bullrich, exministra de Seguridad del gobierno de Mauricio Macri.
La Finca La Carina tiene, además, una particularidad. Por ahí, el límite se marcó casi sobre la costa argentina. En ese lugar, el cauce del río, un metro adentro del agua, es boliviano, fuera del alcance de las fuerzas de seguridad argentinas. Música para los oídos de quienes escapan de Gendarmería.
Solo un detalle para ilustrar. A la 1.20 del 19 de junio, un camión que iba desde el lado argentino se atascó a mitad del río. Dice el parte de Gendarmería que fue la cámara del Sistema Tecnológico de Vigilancia Inteligente de Fronteras (Sitevif) la que lo detectó. «Ya había pasado a territorio boliviano, pero quedó empantanado. Desde la sede fiscal descentralizada se comunicó la novedad a las autoridades de Área Naval 3 Armada Boliviana a fin de que tomen intervención. Posteriormente, se advirtió la presencia de un tractor del lado boliviano, que remolcó el camión y desapareció». Todo ese episodio se dio en la Finca La Carina.
Desde ese puerto paralelo, la mercadería sale en utilitarios o camiones hasta la ruta 50. Es una parte del límite argentino donde el territorio boliviano ingresa como una V, exactamente, del otro lado del cordón de montañas que hace las veces de espaldar de la majestuosa Quebrada de Humahuaca.
Pero en el camino, en la única ruta, está el polémico y famoso puesto 28 de Gendarmería Nacional. Se trata de un galpón por el que literalmente pasa el asfalto por el medio. Algo así como 30 metros de ruta bajo techo. Ahí funciona el destacamento, único mojón de control formal; una pequeña parcela de Estado en medio de la informalidad.
Pero si algo sabe el delito y el contrabando es generar caminos alternativos. Esta vez no necesitaron demasiada ingeniería. «En la zona de Aguas Blancas hay un bypass donde todos pasaban por atrás del puesto de Gendarmería. Dos kilómetros antes salen de la ruta y bajan la carga. Entonces, usan un camino de hormiga paralelo que va por una finca. Luego, regresan al camino un kilómetro después del control. Eso para la Gendarmería era terrible, porque era ver en la cara lo que pasaba», recuerda Bullrich.
En cada uno de los puntos del inicio del camino del contrabando hay dos playones de transferencias. A la vista de todos, los utilitarios cargados pasan la carga a las mulas humanas que hacen el bypass. Son verdaderas estaciones de transferencias de mercadería, ilegales e informales, pero visibles para todos. «Hemos hablado con esa gente que hace ese trabajo de cargar 80 kilos sobre la espalda. Eso lo pueden hacer por unos años, pero no hay manera de que el cuerpo aguante», dice Frederic.
La ministra dice que fue por última vez en 2018 y que en el último año regresó mucha gente del Ministerio. «Entonces, la gente nos decía que había decidido abandonar el trabajo en las fincas, ocupar los márgenes de la ruta y dedicarse al bagayeo. Ellos decían que de esa manera no tenían jefe. Eso es por la servidumbre que se da en una finca. En esos esquemas también hay jefes que manejan todo, pero hay una autopercepción: ‘Así yo tengo más libertad’. Mi posición es que hay que modificar un poco la visión en ese lugar; ha desaparecido desde hace mucho el trabajo formal», responde.
Nadie le ha encontrado la vuelta al lugar. Bullrich recuerda qué pasó cuando intervinieron en aquel camino del contrabando y el narcotráfico: «Cerramos el bypass y tuvimos un problema fuerte. Empezamos a intentar una registración, pero hubo muchos problemas con la AFIP para lograr que entendiese cómo hacer la herramienta. Nosotros queríamos generar una miniimportación por mes, pagando un mínimo. Hicimos un régimen, pero era muy complejo por la AFIP y la Aduana. La idea era hacer un sistema para separarlo de la droga y poder controlar la entrada de una cantidad determinada».
Hoy, Frederic reconoce la profundidad del desafío. «Los gendarmes están muy acostumbrados, especialmente en la zona de Aguas Blancas, donde esta circulación ilícita es muy ostensible. En ese puesto ha habido gendarmes arrollados y, también, bagayeros muertos en 2013. Esa situación se produjo por presión de un funcionario de la AFIP que llegó a este lugar. Las iniciativas de ir por un control absoluto han terminado mal», dice la ministra.
Aquel sistema hormiga que camina por detrás del puesto de Gendarmería se siente por las fuerzas de seguridad federales como una burla en la cara. Los centenares de utilitarios pasan el puesto vacíos; ni se detienen, apenas pasan con un saludo de baqueano. Mil metros más adelante, entran en un descampado y recuperan la carga que transportaron las mulas. Ahí empieza nuevamente el asfalto hasta Orán.
Los periodistas recorrieron todo el camino y al regreso persiguió una de las camionetas afectadas al narcotráfico. Tan simple como mantenerse detrás sin levantar demasiadas sospechas, y en pocos minutos cualquier curioso llegará a uno de los lugares desde donde se dispone la carga a todo el país: la terminal norte de San Ramón de la nueva Orán. Fin del juego: solo resta repartir, vender y recaudar.
Informe: La Nación
Textos: Diego Cabot
Fotos: Javier Corbalán